22 marzo 2008

La mañana se despierta sin mí, y el sol renace en su eterno movimiento por entre las húmedas montañas que imagino al despertar. Hacer una cama que durante el día es sofá; una ducha caliente relaja los músculos y ahoga las imágenes nocturnas atoradas en el túnel que grita mi inconsciente; luego repasar minuciosamente cada pensamiento con la emoción que lo dibuja e intentar poner la etiqueta correspondiente: pienso que no quiero desorden…
Al otro lado de no se donde, (o mejor si sé pero prefiero callar), la vida se manifiesta en su cruda naturaleza revolcándome como la ola que se rompe en tu cuerpo y te agita y te hace girar y perder la ubicación por un instante para luego dejarte tirada en la arena apenas respirando….

Así fue…
Mientras tanto un intento me reclama y el geranio florece blanco en medio del abandono. El dilema se debate entre el conformismo de ese alguien al que si le leyese un cuento de Papini se dormiría y la fría angustia de un equilibrio que hace que mis dedos sangren… Se siente la vida, se siente mi andar en ella, se sienten los seres con quien en algún momento haz sido uno y se les extraña con una botella de vino…
No quiero la calma, ni el desespero, ni el conformismo absurdo de la paciencia que se impone por la conciencia.